sábado, 8 de diciembre de 2012

F24- Confidencias entre alcohol y kilts. (24 Agosto 2002).


(Estoy algo pachucho hoy, disculpen si no sale una buena Fargadita).

Es una foto en blanco y negro. Muestra un instante congelado en el tiempo, como todas ellas. Un instante que te traslada mentalmente a aquel año. Un momento que te hace recordar aquel viaje, aquella fiesta. Que te permite volver a escuchar las risas a tu alrededor; contemplar los vestidos y los bailes; sentir el calor de aquella tarde. Todo ello sabiendo que aquel tiempo nunca regresará. Ya no seré jamás aquel joven con ganas de jarana y rodeado de aquellos amigos que me adoptaron, cuidaron y me hicieron sentir parte de este maravilloso país.

Es una foto que siempre me hace sonreir. De pura nostalgia. Y al mismo tiempo me produce algún que otro escalofrío. Porque me trae igualmente otros recuerdos negativos. Recuerdos de otras farras, éstas en mi querida España. En mi amada y odiada pequeña región norteña. Juergas que no siempre acabaron bien. Y alguna que acabó fatal. Pero eso ya pasó a mi historia personal española. Es pretérito. Es olvido.

Es una foto, que sostengo ahora entre mis dedos, donde me veo serio, vistiendo una camisa blanca más propia del camarero (pero el presupuesto no me daba para más). Tengo los ojos cerrados −siempre me asombra la longitud  de mis pestañas−, con la cabeza inclinada hacia abajo, sostenida con mi mano derecha, mientras que la mano izquierda rodea perezosamente la base de un vaso tamaño pinta. Una pinta de un líquido transparente y de apariencia fría. Una pinta de agua. Una pinta de agua que no recuerdo ni haber pedido, ni haber bebido. Tan sólo el día que John me dio esta foto fui consciente de ello. ¿La razón? Es obvia, dicha imagen muestra a un joven con una melopea del quince, como dicen ahora los chavales. Y esta es la historia detrás de esa fotografía.

Era una tarde-noche como otra cualquiera. La brasserie estaba tranquila. Era pleno verano (ejem), por lo cual todos los potenciales clientes estaban sudando entre kilos de metal cromado y bicicletas sin ruedas. El gimnasio estaba en la parte de arriba y de vez en cuando los members bajaban a tomar un refrigerio entre ejercicio y ejercicio.

Yo, sin embargo, estaba en mi puesto como recluta novato en su primera guardia. Despierto, grifo en mano (una de esas extensiones tipo manguera) y con un ojo puesto en la nueva chef (Michelle, 18 añitos) y otro en la puerta que comunicaba con el bar. Al acecho de supuestos clientes que pedirían suculentos platos (cheese burguer and chips; jacket potatoe with beans and chips; steak with chips; chips with chips). Pero los jodidos no llegaban. Así que giré el otro ojo hacia la nueva chef.

Alguién me tocó el hombro. Gesto que me hizo sonreir, pensando nostálgicamente que al girarme ahí estaría John, con rostro de pillín, su guiño y sus gestos cómplices indicándome que dejara esa shite y fuera con él al otro lado de la cocina. No era John, obviamente. Era Vicky. Una joven camarera inglesa. De unos 25 años, al menos eso le calculaba yo. Alta, rubia, ojos azules. Sí señores, aquí las fabrican así en serie. Me sonrió con dulzura: “There you go, babe” (que a pesar de diccionarios y gramática, aquí significa: aquí tienes guapo). Extendiéndome un sobre pequeño y blanco. “ For me? “ Asintió y regresó a la barra. Me sequé torpemente las manos, sosteniendo el sobre con los labios. Lo abrí con curiosidad infantil y tratando de imaginar su contenido. Era una tarjeta de cartulina, algo más grande que una clásica de visita. En ella, en texto grabado en relieve, se me invitaba formalmente a una 21st Anniversary Party, en Inglaterra. ¡Vicky estaba a punto de cumplir 21 años! En ese preciso instante, comencé a sospechar que la edad en este país no se refleja del mismo modo que en España. Y me acordé de una chiguita que había conocido el fin de semana anterior, en un club de baile (no de lo otro), con la cual bailé y bebí. La niña me sacaba un palmo de altura (y yo mido 1.76, tampoco soy tan bajito). Me dijo ser de las Highlands (de ahí la altura, pensé yo riéndome yo mismo de mi propia tontería). Le pregunté –en mi inglés riojano- que qué demonios tomaba para desayunar, para estar tan alta y tan tremenda. Porridge, me respondió entre risitas, (típico cereal escocés que se toma caliente con leche). Me confesó que acababa de cumplir 18 años. Ahí ya me acojoné. Para que les voy a decir que no. Y pensé “Uf Jorge, vivir la adolescencia en este país debe de ser como contemplar la antesala del Paraiso”. Perdonen, que me voy por los Cerros de Úbeda, como siempre.

La fiesta era el 24 de Agosto, en un pueblecito cerca de Manchester. Así que eché un vistazo en internet, y decidí que la mejor opción era el tren. Llevé conmigo un emparedado casero, ante el temor de los precios de la comida en el tren. De todas formas, en la invitación se explicaba que habría un buffet (y claro, mi razonamiento español me indicaba que podría llenar bien el estómago antes de beber. Grave error. Como siempre). Según bajarme del tren, casi literalmente hablando, me pusieron un chupito de whisky en la mano. Para brindar por la homenajeada. Yo aborrezco el brebaje nacional, pero háganse ustedes cargo. No era cuestión de ofender a nadie. Y como dicen aquí (imitando al gran John Wayne) “Sometimes a man´s got to do what a man´s got to do”. Que en versión ibérica significa: a veces hay que echarle cojones, y punto.

Quién iba a decirme a mí que, desde aquel primer momento de bienvenida, no dejaría de tener un vaso o botella de contenido alcohólico en la mano, hasta aquel vaso tamaño de pinta lleno de agua. ¿Y el buffet? Cuando ya casi todos estábamos con la carga escorada, al menos yo, ofrecieron un picoteo de salchichitas pequeñas frías, pasteles de carne fríos, y toda una variedad de patatas fritas y pasteles dulces. Dichos sólidos ayudaron a hacer un poco de masa en mi inundado estómago.

Que conste que la pequeña crítica culinaria no empaña un ápice el recibimiento y trato que recibí en aquel pub inglés. En el Reino Unido la celebración de los 21 años es muy importante. Hacen reuniones como si fuera una mini boda. Como nuestra española Primera Comunión, pero con el vestido unas tallas mayor. Esto incluye un speech por parte del padre de la agraciada y otro por ella misma. Vicky estaba radiante, como una princesa de cuento rosa. También estaba Kelly, despampanante como nunca, con un escote de dos rombos y unas trencitas rubias que invitaban a hacerse vikingo y renegar de Cervantes, de la Selección de España de fútbol y hasta de la mismísima Armada Invencible.

Llega un momento que mi cerebro desconecta. Demasiada ingesta de líquidos, supongo. Recuerdo trazos de imágenes. Se intercalan unos con otros. Mi memoria también se ha reducido al blanco y negro (como la foto que contemplo). Me veo de cuclillas ente los coches del aparcamiento. En una esquina, apartado de miradas curiosas y cámaras cotillas. Ahí, echando hasta la papilla que mi mami me dio con tanta ilusión y cariño hace 32 años. Recuerdo risas, chicos levantándose los kilts mostrando a las curiosas inglesitas que sí que son true Scotsmen, es decir, que no llevan calzoncillos bajo la falda masculina. Ellas escandalizadas y al mismo tiempo acaloradas y con el horno encendido. John y el resto de escoceses habían decidido acudir a las Englands vistiendo sus colores. Para darles en el morro a los perros ingleses. Todo desde el respeto, la cordialidad y la amistad que les unía a ellos.

No lo he mencionado antes, pero entre mis amigos escoceses se encontraba el bueno de Neil. También vistiendo su traje nacional con orgullo de highlander. Neil era futbolista. Jugaba en un equipo regional modesto. Además trabajaba de camarero en la brasserie del gimnasio. Con Neil hablaba a menudo, de deporte, de chicas, de la vida. Un día, meses más tarde de la fiesta de Vicky, Neil y yo estábamos charlando de nuestras cosas. Nada trascendental. Puro parloteo de restaurante vacío. En el interior de la barra, cerca de la puerta de la cocina (por si acaso yo tenía que salir volando a mi puesto junto a la fregadera). En esas que Neil me mira algo serio. Me dice con timidez “Jorge, ¿tu recuerdas la fiesta de Vicky en Inglaterra?” “Claro Neil, cómo iba a olvidarla” – mentí, u oculté media verdad (tenía lagunas importantes de aquella tarde, como he descrito). Entonces comienza a contarme. Me dice que estuvimos charlando él y yo, en plan serio. Que yo reflejaba seriedad, nostalgia, rabia y pena, mientras le desmigaba la historia de mi vida. Los motivos por los que había abandonado mi querida y odiada España. Mis conflictos familiares y mis males de amores, o falta de ellos. Historias tristes de amigos egoístas y marrulleros. Historias de chicas que no se atrevieron a arriesgarse, como Ella. Historias de fracasos y mala fortuna. Roces con gente querida. Esos episodios que, como ya les comenté, a veces soltaba como una andanada de cañonazos tras unas cuantas pintas.

Neil me dijo, inseguro, temiendo ofenderme (buen chaval, Neil) que le había soltado un rollo durante media hora, o más. Que él me decía que sí con la cabeza, me sonreía y dejaba que me desahogara en su hombro. Como una colegiala engañada por su primer amor.

Cuando acabó de contarme la situación vivida, yo algo avergonzado le pedí disculpas. Le dije que sentía mucho el peñazo que tuvo que aguantar el hombre. Neil sonrió de nuevo. Me dijo que no, que no importaba. Y confesó que la historia parecía muy interesante, por mis gestos, por mi énfasis, por mi rabia contenida. Y concluyó: “Un día tienes que contármela en inglés, pues aquella tarde todo el relato fue en español”. Me guiñó un ojo y fue raudo y veloz a servir a un sudoroso nuevo cliente. Dejándome a mí, con la boca abierta.

6 comentarios:

  1. Jajajajajaaj es lo que nos hace el alcohol, que nos ponemos a hablar en español con quien no sabe xDDD (y me hubiera encantado ver tu cara en ese momento jejeje)

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  2. Pues mira que a mi el alcohol, me hace hablar más ingles y mejor. O eso es lo que a mi me parece.

    Muy buena fargadita.

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  3. Reid, reid que es totalmente cierto! el pobre lo que tuvo que aguantar, sin enterarse de la misa la media :-)

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  4. jajaja, pobre Neil!! Aguanta al borrachuzo y además en otro idioma! Buen truco para desahogarte sin que nadie entienda tus penas!

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